El tetrafármaco del bienestar

Una mañana desperté del sueño en esta habitación que me había regalado el Andar y me asombré de la perfección que relucía en todo, largos rayos de luz entrando por una ventana desde el Oriente, el escritorio a un paso, la cocina a dos y el baño a tres, lo justo necesario para vivir de manera sencilla y con la tranquilidad que conlleva la simpleza; una casita que se acerca a un sueño futurista de regresar a vivir en unión con la Naturaleza, pero que no implica dejar las técnicas que hemos aprendido para facilitarnos la vida. Construida en una cueva del macizo de roca del cerro del Cristobalito, está llena de un hermoso silencio donde se duerme y despierta con placidez, y donde además todo funciona y sirve para algo, ¡donde tengo internet!, luego de varios años de malas conexiones. Por un instante fue perfecto, y en ese mismo instante me di cuenta de cuánto me dolería perder este hermoso espacio, la paradoja del placer de poseer algo es el sufrimiento que implica perderlo, de ahí la tarea imprescindible para aprender que aceptar los dones conlleva aceptar su extinción, que lo material se nos escapa de manera constante y por tanto su valor solo se nos da en el presente, así que cualquier relación de dependencia con lo material nos acerca al dolor; como Epicuro aconseja en una de sus máximas: –alejarse del dolor ⇾ buscar el placer–, ya que como dice: ≪los bienes son para aquellos que saben disfrutarlos≫ y ese disfrute constituye a la abundancia, no la cantidad de bienes que poseemos. Buscar el placer, recomienda Epicuro, sobre todo en lo más mínimo, en la posibilidad de SER, en aquello que nos aleje de una relación de dependencia, pues ≪el más grande fruto de la autosuficiencia es la LIBERTAD≫, un placer respetuoso que haga el menor daño posible y se convierta en un gozo compartido.

Epicuro perteneció a una corriente de pensadores que alejados de las ideas más abstractas de la filosofía, se enfocaron en aprender sobre el buen vivir, fundó una escuela en la que sus discípulos se reunían en un jardín luminoso a filosofar y cualquiera era bienvenido; pero su pensamiento que tanto énfasis ponía en el placer fue destruido y estigmatizado como libertino y depravado por el otro gran movimiento de su época: el Platonismo, del que se nutrieron muchas de las ideas del Cristianismo, que veía en cambio al sufrimiento como piadoso y como un medio para alcanzar aquel otro mundo perfecto. La historia tomó el rumbo que ya conocemos y nos perdimos de muchas de las ideas de Epicuro y su escuela, pero su espíritu permaneció y aquel Jardín olvidado por dos milenios reverdece para los que siguen cerca de la pregunta por el Buen vivir más allá de ideales preconcebidos por la sociedad de consumo.

De su pensamiento, Epicuro nos deja una receta en cuatro pasos para vivir tranquilos en la vida a la que llamó el ≪TETRAFÁRMACO≫:

No temer a los dioses
No temer a la muerte
Lo que es bueno es fácil de conseguir
Lo que es terrible es fácil de soportar

1.–No temer a los dioses–. Es necesario primero considerar que Epicuro vivió en la era de dioses griegos como Ares (de la guerra), o Afrodita (del amor), a los que se les rendía culto y temor; y que como Nietzsche proclamó para nuestra era hace más de cien años: «Dios ha muerto y los responsables fuimos nosotros»; podríamos entonces pensar que nuestra era practica el culto a nuevos dioses como el DINERO, o el culto a la PERSONALIDAD, que son la nuevas creencias absolutas, los valores incuestionables de nuestra época, así diría: No temer a ellos; no temer al dinero, a la guarda y control que nos da, a su caprichoso aparecer; No temer a la opinión de los otros, al decaimiento del cuerpo o a la pérdida del amor. Para Epicuro los dioses no son más que modelos de la perfección, que no deberíamos temer nunca, sino emular el estado de felicidad inherente que habitan.

2.–No temer la muerte–. Ya que no nos concierne, porque dice ≪mientras existamos, la muerte no estará presente y cuando la muerte se haga presente, nosotros no existiremos más≫. O como los estoicos, que ≪todo depende de la idea que nos hagamos de lo que nos sucede≫, así bien podríamos pensar la muerte como volver al lugar del que todos hemos venido, o saber que la muerte es solo un paso de un estado del ser a otro. ¿Por qué nos aterra esa Nada a la que vamos y no esa Nada de la que venimos?, ¿no son acaso idénticas?; tal vez porque entendemos esa Nada del origen como el todo, y la del final como el todo menos uno, el Yo. Será entonces un asunto del ego, que se pierde en la ilusión de sí, y no alcanza a descubrir la totalidad que ya es, y de la que forma parte a cada instante.

3.–Lo que es bueno es fácil de conseguir–. Unas pocas verduras en el mercado, la sombra de un árbol tranquilo para descansar, una caminata para meditar, la sonrisa y compañía de un amigo. Preocuparse por querer más allá de lo necesario solo limita nuestras posibilidades de felicidad y genera una ansiedad innecesaria.

4.–Lo que es terrible es fácil de soportar– Epicuro se enfoca en la temporalidad, pues en la naturaleza la enfermedad y el dolor más terribles pasan rápido, y cuando se vuelven crónicos rara vez son intensos, así que para aliviarlos debemos mantener la confianza en que el placer sigue al dolor. El alma, qué es ciega a los ojos de la razón, se apega a lo que la conmueve, sea dolor o placer, y la farmacopea epicúrea tiene como finalidad expulsar el dolor del alma, así como un baño nos refresca y purifica el entendimiento, lavar las heridas con cariño y dejarlas resbalar de nosotros purifica el desasosiego.

Ésta ética de Epicuro parece estar inspirada en el discurso de los médicos que recetan fármacos con efectos puntuales e inmediatos y aquí hay en la práctica diaria uno poderoso e inofensivo para aliviar la ansiedad, la insatisfacción y el temor a la muerte; que son, según el sabio latino, males a los que podemos poner remedio de manera cotidiana con dosis de filosofía.

Filosofía de la cueva


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